domingo, 10 de abril de 2011

Todo corre tan rápido...



Siempre pensaste que esas cosas no te pasarían a ti. Que te levantarías como cada mañana, con las legañas matutinas que no te dejan ver tres en un burro para darte los buenos días, o con las ganas de tirar el despertador por la ventana del noveno y de pegarle un grito a tu vecino de arriba que baila claqué de madrugada, pero nada más.
Sin embargo aquí te ves, despojado de la protección que te ofrecía tu inocencia. Te llegó la hora de madurar, de elegir, tu primera decisión verdaderamente importante. No intentes buscarle los pies al gato: te han arrojado a este mundo sin preguntarte a ti primero, con todo lo que ello conlleva, incluidas tus decisiones.
Llevas toda tu vida buscando la verdadera razón para vivir feliz, y ahora te das cuenta de que ya la dejaste pasar, la tuviste entre tus manos y la tiraste. Malgastaste tu oportunidad… se cansó de esperar el fotograma en blanco y negro del último invierno a que la mirara el ciego que la llevaba en el bolsillo; ahora tú abres los ojos, y te encuentras con la sombra de lo que pudo haber sido pero nunca fue- por ti, por tu culpa, por tener el síndrome de Peter Pan. Condenada al olvido, a la soledad que tú misma te labraste sin darte cuenta.
-¿Nunca has oído eso de… “uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde”?
-Sí, te lo dije yo.
-Pues yo me acabo de dar cuenta ahora.
-Tarde, yo lo hice hace tiempo.
-Lo sé, pero todos necesitamos nuestro tiempo… más vale tarde que nunca, ¿no?
-En tu caso, no. Tarde, demasiado tarde.
Ah… cómo nos pueden llegar a quemar tanto unas simples palabritas, qué fácil es decirlas y qué difícil lo es digerirlas. Hubieras preferido que te atracaran de nuevo en algún parque por ahí perdido, que te hubieran robado todo, sí, todo menos la esperanza.
Como duele perderte amiga, como duele. Como me arde el pecho porque sabe que no estás; que cuando el corazón sufre un amago de infarto siempre le queda la cicatriz de por vida, que nadie curará, que nadie podrá arreglar. Seguirás adelante, oh, sí, desde luego- te costará lo tuyo, pero lo harás- sin embargo, sé que siempre te sentirás vacía, siempre dolida por la pérdida del que un día se instaló sin permiso en tu casa… y ahora que ya era otra parte tuya, que te habías acostumbrado a su presencia,- tanto que ni le prestaste la atención que pedía a gritos cuando más lo necesitaba-, se ha esfumado, y se ha ido de tu lado dejando huella.
Duele, duele, ¡quema tu ausencia! Pero aún me fustiga más saber que fue culpa mía, saber que yo misma elegí mal el camino de mi vida.
-Perdóname, yo no elegí esto…
-Sí que lo hiciste.
-¡No! Yo sólo quería calmar las cosas…
-¿Dándole la razón a quien no la lleva? Es una buena forma, claro que sí.
-Yo no le di la razón a nadie.
-Exacto, tu silencio lo dijo todo. Enhorabuena, esto es lo que has elegido.
Ah… como duele tu recuerdo, como hiere la mano de la experiencia: errores que construyen nuestro carácter y te obligan a enfrentarte a la terrible libertad de elegir.

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